14 ene 2008

MENTIRAS SOBRE LOBOS: (3)


Las mentiras se construyen, las verdades se descubren. La realidad manda sobre cualquiera de sus interpretaciones. Todo individuo tiene derecho a revisar cualquier interpretación de la realidad, por antiguo, prestigioso, inteligente, sabio, reconocido y célebre que sea el interpretador vigente:

"Érase una vez una persona de corta edad y estatura llamada Caperucita Azul que convivía junto con su progenitora en el lindero de un bosque o explotación forestal.
Un día, su mamá le pidió que llevase una cesta con fruta fresca no transgénica y agua mineral sin gas a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, atención!, sino porque ello representa un acto generoso que contribuye a afianzar la sensación de comunidad y la unión interparental. Además, su abuela no estaba enferma; antes bien, gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta e independiente que era.

Así, Caperucita Azul cogió la cesta para su abuelita, y su juguete preferido, una PSP con un juego no sexista y no violento, y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperucita Azul, por el contrario, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar verse intimidada por un entorno tan obviamente freudiano.

De camino a casa de su abuela, Caperucita Azul se vio abordada por un lobo, socialmente repudiado por supuesto, que le preguntó qué llevaba en la cesta.
-Un bienintencionado y saludable tentempié desgrasado, desnatado, light y sin conservantes ni colorantes para mi abuela, la cual es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona madura e individual que es -respondió la niña.
-No sé si sabes, querida -dijo el lobo-, que es peligroso para una niña pequeña recorrer sola estos bosques. A lo que Caperucita respondió:
-Encuentro esa observación harto sexista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social y a la perspectiva existencial -en tu caso propia y globalmente válida- que la angustia que tal condición te produce te ha llevado a desarrollar. Y ahora, si me perdonas, debo continuar mi camino.

Caperucita Azul enfiló nuevamente el sendero. Pero el lobo, como buen cimarrón, y liberado por su condición de segregado social de esa esclava dependencia del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela.
Tras irrumpir bruscamente en ella, devoró a la anciana, adoptando con ello una línea de conducta completamente válida para cualquier carnívoro. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, y amparándose en la libertad de expresión, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.
Cuando Caperucita Azul entró en la cabaña, dijo:
- Abuela, te he traído algunas chucherías sin azúcar, bajas en calorías y en sodio, en reconocimiento a tu admirable papel de sabia y generosa matriarca.
- Acércate más, criatura, para que pueda verte -dijo suavemente el lobo desde el lecho.
-¡Oh! -repuso Caperucita- Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo liado en un trapo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
-Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
- Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!... relativamente hablando, claro está, ya que a su modo es indudablemente atractiva y elegante.
- Ha olido mucho y ha perdonado mucho, mi vida.
- Y...¡abuela, qué dientes tan grandes tienes! El lobo respondió:
- No maldigas al lobo por lo que es -y, saltando de la cama, aferró a Caperucita Azul con sus garras, dispuesto a devorarla. Caperucita gritó, no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que se había producido en su propio espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera - o técnico en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse- que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir, pero apenas había alzado su hacha, cuando, tanto el lobo como Caperucita Azul se detuvieron simultáneamente...
-¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? - inquirió Caperucita-. ¿Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandhertalensis cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo? -prosiguió-. ¡Sexista! ¡racista! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oir el apasionado discurso de Caperucita Azul, la abuela saltó de la panza del lobo (nosesabecómo), arrebató el hacha al operario maderero (nosesabecómo), y le cortó la cabeza (nosesabecómo).

Concluída la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, de modo y manera que decidieron de común acuerdo instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en el bosque para siempre".

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