7 jul 2008

El cuento de la especulación...




Vivo en una casa barata, de hojalata. Desde mi ventana estrecha, sin cortinas finas veo a las gallinas picoteando el sol. Es mi casa una casa sencilla.
Tengo una manta, algo de harina, unos huevos y una huerta que riego con mi sudor.
Tengo el pelo cano, el recuerdo de mis sueños y un perro cojo que me sigue a donde quiera que voy.
Tengo todo esto que ya es bastante para una mujer como yo.
A mi casa de hojalata vino un día un señor con hueso para mi perro y para mí un televisor.
Se sentó en mi única silla e inmediatamente me sonrió:
- Piense usted, buena señora, dijo sin temblarle la voz, que lo que yo vengo a ofrecerle es un futuro mejor, una casa con calefacción y dinero para pagarse un entierro de emperador. Piense usted, buena señora, la oferta que yo le hago y deme una contestación.
Por supuesto le dije que no, le quité el hueso a mi perro y se lo devolví junto al televisor. La casa era mía, el huerto era mío y no se lo vendería ni por un millón.

Todos mis vecinos tuvieron su televisor, vendieron las casas de hojalata, los huertos y sus perros aullaron con el rabo entre las piernas noches eternas hasta que alguien los mató.
Hicieron en nuestros solares pobres, autopistas, centros comerciales, fábricas, talleres, compraron parcelas del cielo, ensuciaron el aire nuevo, construyeron pisos, catedrales, derruyeron montañas, instalaron sistemas de alarma, de vigilancia, cada vecino espiaba a su hermano, cada hermano envidiaba lo ajeno, todos tenían miedo, miedo a perder el trabajo y no poder pagar los plazos, miedo a que robaran sus absurdas posesiones, miedo al patrón, miedo al compañero, miedo a los embarazos, a la prejubilación, al castigo de dios, miedo del niño a no ser útil de mayor, miedo al paso del tiempo, a la verdad, miedo a sufrir, a morir, a vivir, miedo del miedo y cuando, por fin todos sus miedos habían sido experimentados se fijaron en mí, porque tenía una casa sin cerrojos, un par de gallinas y un perro, miraron a esta señora anciana que sonreía desde la mañana y no tenía ningún temor. Quisieron, el día que me vieron, volver a ser como yo.

Entonces vino de nuevo el señor trajeado, aquel estúpido bufón. Entró e mi casa escotado y me amenazó:
- Haga el favor, dijo esta vez temblándole la voz, de no mostrar alegría, es un delito que se castiga con prisión. En este país nadie ríe, haga lo que le digo o enviaré a un escuadrón.

Mataron a mi perro, dijeron en los periódicos, en la radio y en la televisión que era el cerebro de una peligrosa organización. También dijeron que yo era una subversiva, la jefa de mi guerrilla, qué sé yo, que guardaba bajo mi colchón un carro de asalto, cien kalasnikov, bombas de mano y un ordenador.

A mí me dio risa todo aquello, era la primera vez en la historia que los fabricantes del miedo tiritaban al ver a una anciana sosegada, mirándoles a la cara, sacándoles la lengua desvergonzada y de vez en cuando haciéndoles infantiles cortes de mangas. Tiritaban porque sabían que al verme podía haber quien deseara, de nuevo tener una casa barata de hojalata, podía haber quien deseara de nuevo tener un huerto para regarlo con su sudor y esto podía ser el fin de su beneficioso mundo de desesperación.

Por eso volvieron a matar a mi perro tuerto, pero yo conseguí otro mejor.
Quemaron mi casa de hojalata barata, pero construí otra de cartón.
Arrasaron mi huerto, me torturaron y finalmente trajeron médicos que dijeron que era una enferma terminal de insubordinación.

Ahora vivo mas o menos tranquila con mi perro nuevo que me sigue a donde quiera que voy, al lado de mi casa barata un anciano loco se ha construido una de madera sin calefacción. Todas las mañanas cantamos los dos con terrible voz y reímos hasta que se quita el sol. Dice mi vecino que pronto habrá mas casas baratas, de hojalata con estrechas ventanas sin cortinas finas, dice mi vecino que ya todos se ríen cuando dicen que somos peligrosos, que no se acerquen a nosotros, yo también me río con estas cosas, soy una mujer mayor, a mí ya nada me da miedo y mucho menos aquellos que tienen en el cerebro paja, estiércol y en dosis letales sumisión.

Via: tizone

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